“Gracias por tu ‘Fíat’ generoso. Gracias por
traernos y llevarnos a Jesús. Yo tan sólo puedo decir como cada mañana cuando
comienza un nuevo día: ¡Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad! ¡He aquí
la esclava del Señor!”
(Madre Mª Elvira de la
Santa Cruz)
El 25 de marzo de 1999 fue su Profesión Perpetua como religiosa Misionera de la Fraternidad. Aquel sí fue ofrecido a la Virgen en medio del sufrimiento, igual que lo estuvieron todos los síes que fue pronunciando a lo largo de su vida.
Ese día tan esperado para ella hacía un mes que le habían abierto un corte de unos 5 cm a la altura de la cadera, se trataba de una infección en el hueso, una Pseudomonas aeruginosa, en dos ocasiones la herida había cerrado en falso y decidieron dejársela abierta con una gasa metida dentro para evitar que volviese a cerrar y así poder terminar con esta infección. Finalmente debió ser ingresada pocos días después de la Profesión y recibir el tratamiento en vena.
Además de este
sufrimiento físico se sumó el moral por parte de las personas de su entorno que
debían haberla ayudado a vivir este momento fundamental de su vida con gozo, paz
y tranquilidad: su profesión fue una subida
a la cruz uniéndose a su Divino Esposo por los votos públicos. Las causas del sufrimiento
siempre es mejor entregarlas al Señor y olvidarlas. Así lo hizo ella
y superando
estas contrariedades, pronunció sus Votos Solemnes el 25 de marzo de 1999. En
unión únicamente con María Santísima y su Divino Hijo, su esposo
Jesucristo.
El corazón
de la religiosa acompasa su latido al Corazón Inmaculado de la Virgen, sus
manos sirven a Dios y a los hermanos en la Iglesia, sus pies caminan tras
los pasos de Cristo. Cada religiosa es una prolongación en el mundo de la
Virgen María.
Tras esta
frase de la Madre Mª Elvira, podemos atisbar una pequeña pena del corazón de
esta humilde religiosa que sólo quería imitar a María en su amor a Dios y al
prójimo y que deseaba ardientemente que Dios fuese amado por los hombres.
La Madre Mª
Elvira se sentía tan pequeña y pobre que tenía en nada sus desvelos y trabajos
apostólicos. Todo le parecía poco cuando se trataba de mover a las almas a amar
a Dios.
Si
recordamos el sacrificio con que comenzó y perseveró en los ensayos de los
coros parroquiales, el cariño con que hablaba a quienes sufrían cualquier
enfermedad o dificultad, la preocupación por la formación de los más pequeños,
sería impensable que se pudiera sentir poco generosa o incapaz de acercar
almas a Jesús y acercar a Jesús a las almas.
Termina
diciendo en esta sencilla oración que su actividad se reduce cada día a la
obediencia a la voluntad de Dios.
Es
justamente la obediencia diaria y personal a Dios unida en cada Misa a la
obediencia de Jesucristo que se ofrece al Padre por la salvación de las almas,
lo que da abundantes frutos espirituales en las almas. La única colaboración
eficaz de cada bautizado en la obra redentora es precisamente esta: la
unión con Jesús por medio de María en obediencia a la voluntad de Dios
Padre.
Si queremos
hacer un mundo mejor, hacer algo por acercar las almas a Dios y Dios a las
almas, por consolar al Corazón Inmaculado de María, por alegrar a Dios y
reparar su Sagrado Corazón; sólo tenemos una cosa que hacer: obedecerle con
amor de hijos.