“Que la Santísima
Virgen y todos los Santos nos ayuden a dar una perfecta acogida a Cristo con
todo el calor y amor que Él se merece”.
(Madre Mª Elvira de la
Santa Cruz)
El verano de 1997 comenzaba la
vida comunitaria para las Misioneras de la Fraternidad en la aldea de Arcos de
la Condesa. Hasta entonces la Madre Mª Elvira había vivido como única
consagrada durante más de 10 años en Pontevedra. En el cementerio parroquial de
Santa Marina de Arcos, tal como fue su expreso deseo, descansan actualmente los restos de la Madre desde el
atardecer del 21 de marzo de 2006.
Era el día 1 de agosto cuando el
Santísimo Sacramento fue acogido por las tres consagradas que comenzábamos, en
la humilde capilla de aquella casa.
Cristo nos visita de muchas
maneras y en muchas ocasiones a lo largo de nuestra vida, sobre todo a través
de la Sagrada Liturgia, en la Santa Misa y por medio de los sacramentos. Sin
embargo, es a través de la Sagrada Comunión como se produce el mayor acto de
unión y de intimidad con Dios que es posible en esta vida.
Estar preparados para acogerlo es la actitud
de las vírgenes prudentes, que llegando el esposo, pasaron con él al banquete
de bodas.
La Madre Mª Elvira, además de acogerlo, quería
acogerlo con perfección, y entendiendo su pequeñez y sintiéndose pobre, pedía
ayuda al cielo: a la Virgen, a quien Él
eligió para hacerse hombre y acercarse a los hombres, y a los Santos que son el
modelo perfecto a imitar para acoger al Señor con las debidas disposiciones.
Acoger al Señor con perfección supone el calor
y el amor en nuestro corazón.
La perfección no es fría ni
calculadora sino ardiente como el amor infinito de Dios, es apasionada y
humilde, con la humildad de quien se sabe limitada para amar a Dios,
todopoderoso, e infinito, pero desea disponerse interiormente lo más
perfectamente posible con la ayuda de la gracia.
Así era la Madre Mª Elvira.