San Pablo, exhortando a Timoteo a orar santa y piadosamente, distingue varias clases de oraciones:
Ante todo, te ruego que se hagan
peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias
por todos los hombres
(1 Tm 2, 1)
Pueden consultarse con provecho las páginas espléndidas escritas sobre esta materia por los Santos Padres, especialmente por San Hilario y San Agustín.
Entre las distintas especies de oración merecen singular relieve dos, de las que en algún sentido se derivan todas las demás: la oración de petición y la de acción de gracias. En realidad, cuando nos acercamos a Dios para orar, o lo hacemos para implorar algo que necesitamos o para darle gracias por algún beneficio recibido. Son sentimientos y exigencias necesarias en toda alma que ora. El mismo Dios nos lo recuerda en
Invócame en el día de la angustia;
yo te libraré, y tú cantarás mi gloria
(Sal 49, 15)
Por lo demás, nuestra misma condición de criaturas y de pecadores habla bien elocuentemente de la necesidad que tenemos en nuestra miseria de la bondad y misericordia de Dios. El Señor, por su parte, no desea otra cosa sino hacernos bien: su corazón divino no es para el hombre más que benignidad infinita. Basta mirarnos para comprenderlo: nuestros ojos, nuestra voluntad e inteligencia, todo nuestro ser, es don y prenda de la divina largueza. ¿Qué tienes -pregunta San Pablo- que no lo hayas recibido? (1 Co 4, 7). Y si todo lo nuestro es don gratuito de Dios, ¿cómo no inflamarnos en un sentimiento constante e inagotable de adoración y gratitud?
del Catecismo Romano