El fundamento, la fuerza que mueve la vida, la esencia, el por qué de todo siempre es Dios.
Así ha de ser también en la vida personal, el motor ha de ser Dios, el porqué del obrar personal ha de ser Él. Si no ocurre así en la vida de cada persona, antes o después se derrumbará como la casa que se levanta sobre arena y no sobre roca.
Quien asienta su vida sobre Dios siempre está construyendo, levantando, y nada de cuanto edifique se vendrá abajo; podrán venir fuertes temporales o grandes tormentas, pero sólo servirán para afianzar cada vez más los cimientos.
Si tenemos a Dios por fundamento, si tenemos verdadero amor a nuestro Padre Dios, viviremos en el ansia de agradarle y buscaremos alegrarle en todo cuanto hacemos.
Esta búsqueda si es sincera, nos llevará a la unión con Él, porque cumpliendo su voluntad con amor de hijos, nos adherimos a Él, al querer todo cuanto Él quiere.
Para llegar a esa unión de la voluntad personal con la de Dios Padre, hemos de pedir la gracia y corresponder a ella.
Esta unión con Dios no es cosa para los ángeles, sino para nosotros, hechos a “imago Dei”.
Dios no pone obstáculos sino que todo son medios para la unión perfecta con Él. El mundo creado, la materia, es un medio para alcanzar la unión con Dios, es un trampolín para llegar a Dios.
Pensar que la materia es un impedimento, es una idea que por envidia al hombre, el maligno siembra en las inteligencias.
Si comprendemos que todo nos lleva a Dios, el método de ascesis más correcto es el de utilizar la materia para crecer y correr hacia Él.
El mundo que nos rodea es un regalo de Dios para servicio nuestro para alcanzar la perfecta unión con Él.
La materia no es despreciada por Dios, al contrario: es glorificada con la resurrección y con la eternidad.
Jesucristo, hombre verdadero y Dios verdadero es el punto de la historia donde se junta la divinidad con la humanidad, pues de igual manera cada uno de nosotros somos como un punto en la historia donde se junta el espíritu con la materia, la eternidad con lo temporal; es Dios quien así lo quiere, porque nos dio un cuerpo material, sujeto a la corrupción de la tierra por el pecado original y nos dio también un alma que es eterna.
Si observamos con atención la naturaleza, con los ojos con que Dios la mira, todo nos valdrá para llegar a Él.
Todo habla de Dios.
La noche nos habla de la oscuridad de esta vida donde la estrella de la fe nos orienta.
Una criatura en el seno de su madre nos recuerda que nuestra alma es como una criatura indefensa en el mundo que necesita el alimento de la Iglesia para poder crecer y desarrollarse y un día nacer a la vida eterna.
El tiempo de la poda nos recuerda que el sufrimiento es necesario para dar fruto bueno y abundante.
El brote nuevo que abre la tierra nos habla de la resurrección final.
La flor de la camelia en invierno nos habla de Dios hecho hombre que nace en medio de la frialdad del mundo.
El retoño de primavera en las ramas vacías de los árboles nos habla de la resurrección de Jesucristo que llena de vida la historia de la humanidad, dando una esperanza al sufrimiento y a la muerte.
Hemos de ver este mundo, no como impedimento para la oración, sino como medio.
Todo habla de Dios a las almas que viven pendientes y atentas a la voz suave del Espíritu Santo.
Escuchando con atención, tratando con Dios de esta manera, elevando pequeñas jaculatorias desde el corazón y cumpliendo todo aquello que el Espíritu Santo va indicando se llegará pronto a la unión con Dios, que es el fin del hombre sobre la tierra: conocer, amar y servir a Dios.
Y después ser felices con Él en el cielo.