Sólo quien llega a practicar la virtud de la Fe positiva y conscientemente,
tiene capacidad para comprender la libertad que proporciona la grandeza de creer.
Creer es el último paso que da el hombre material al encontrarse con
Dios y es a su vez el primer paso que da el hombre espiritual en el comienzo de
su ascenso en el camino hacia Dios. Una vez que este paso está dado todo
adquiere un nuevo sentido, todo tiene nuevos significados porque la vida se
observa desde el prisma de la trascendencia.
Para el hombre y la mujer espiritual, todo, absolutamente todo, tiene
un valor y sentido distintos, así podemos leer en Sta. Teresa del Niño Jesús
que puede hacer más ella por el mundo recogiendo un alfiler del suelo que
muchos grandes de la tierra en sus reuniones.
El dolor para el hombre sin Fe es una desgracia, mientras que para el
que tiene Fe es una fortuna.
La oración para el incrédulo es una estupidez, para el que cree es una
obligación.
Dios para el hombre natural es una incógnita, para el sobrenatural es
una certeza.
Cuando Pedro comienza a caminar sobre el agua, apoyado en las palabras
de Jesús: “ven”, representa a todos los que comienzan a caminar por la
senda atrevida de la Fe.
Quien se asienta en la
Fe desafía las leyes de la razón: para el racional es absurdo
intentar caminar sobre el agua y para el creyente es una realidad: Pedro, el
rudo pescador de Galilea, caminó sobre el agua a la voz de Jesús ”ven”.
En este camino de la Fe
sólo hay un inconveniente que haga caer a quien comenzó su andadura sobre él:
volver a creer más en la fuerza de las realidades terrenas que en la de las
trascendentes. Lo mismo que Pedro comenzó a hundirse tras empezar a caminar hay
quienes en su camino de Fe también comienzan a tener miedo, estos miedos
se presentan de mil maneras, cada persona tiene uno a su medida esperándole y
es proporcional a la intensidad de su Fe.
No deja de ser sorprendente la duda en quien comenzó tan radicalmente,
tan valientemente, su camino hacia Jesús que decía “ven”, desafiando
entonces las leyes racionales al atreverse a caminar sobre el agua de la Fe.
Cuando el miedo hace acto de presencia, éste ciega la visión
trascendente y ofusca los oídos del alma para impedir escuchar aquella voz de
Jesús “ven”; entonces la situación es terrible, porque la persona siente
escapar su cuerpo entre el agua y las leyes racionales en ese momento no sólo
son inútiles, sino que son causa de mayor angustia.
Antes de socorrer a quien sufre de tal modo, quiere Dios una súplica de
confianza: “Señor, sálvame” y en seguida levanta a esa pobre alma con la
fuerza de su brazo; para un racional sería admirable la Fe de aquel que pudo dar sus
primeros pasos sobre el agua, sin embargo Dios mismo lo reprende: “¡hombre
de poca fe!” y preguntando “¿por qué has dudado?” quiere que el
propio hombre se examine acerca de su poca fe, pues Él, que conocía
perfectamente los corazones, sabía la respuesta a esta pregunta.
Dios quiere que nos demos cuenta de que dudar para quien camina sobre
las aguas de la Fe
es como echar mano del arado y mirar atrás.
CREER en una situación personal tranquila o una situación social
próspera es relativamente sencillo, pero mantenerse firmes en la Fe en una situación personal
adversa o con una situación social hostil a lo católico exige de quien realiza
el acto de Fe, un heroico coraje llamado generalmente martirio.
“Al sentir la fuerza del viento” el hombre y la mujer de
Fe se levantan como columnas sobre el agua y caminan erguidos al haber oído la
voz de Jesús que un día los llamó “ven”.